Cenizas Quemadas - Joseph Mulak
Traducido por Daniel Yagolkowski
Cenizas Quemadas - Joseph Mulak
Extracto del libro
Mucha gente ayudó para conseguir que este libro despegara y yo no podría haberlo conseguido sin la ayuda y el apoyo de esa gente en el transcurso de estos últimos meses, mientras yo trabajaba en este libro. Si olvidara mencionar a alguna de esas personas, les doy plena libertad para darme una patada la próxima vez que me vean.
Primero y principal, doy las gracias a Miika Hannila y al resto del equipo de Creativia por sus infatigables trabajo intenso y dedicación. Me asombra lo rápido y eficiente que es este equipo para conseguir que los libros salgan al mundo y para promocionarlos. Lo que es más importante, esa gente se dedica a asegurarse de que estén creando un producto lo más cercano posible a la perfección. Gracias a todos ustedes por su trabajo intenso. Me enorgullece ser miembro del equipo Creativia.
Asimismo doy las gracias a quienes ofrecieron sugerencias para el concurso Dar Nombre a esa Droga. Hubo muchas propuestas y gran cantidad de gente que votó para romper el empate resultante, así que mi agradecimiento va para Anthony Kendall, Kealan Patrick Burke, Jay Williams, Morticia Sixtwosix, Julie Northup, Jamie Lundin, Alisha Jondreau, Jeff Steiss, Isabelle Jodouin, Lindsay Lamarche, Jerrod Balzer, Paul Emmanuel Beaulieu, Vicky Fillier, Clayton James, Carole Gill, Steve MacDonald, Chris Noakes, Betty Depape, Angela Williams, Barbara Jones, Alison Pinder, Carl Hose y Kelly Alven.
El ganador del concurso (en realidad hubo dos ganadores, pero al final solamente pude elegir uno) fue Pat Alven. Necesito agradecerle a Pat por varios motives: primero, porque su sugerencia de llamar a la droga “Cenizas”, que acorté a “Ceniza” terminó siendo la mejor de todas las grandiosas sugerencias que recibí. Segundo, porque Pat leyó este texto original y ayudó a identificar lod errores que yo no había advertido durante mi primera serie de correcciones. Gracias, Pat, por ayudarme a hacer que Cenizas Quemadas fuera lo mejor que podía ser y gracias por ser mi amigo estos últimos años.
Y, claro está, no puedo olvidar a Thom Erb. Thom fue un enorme apoyo para mí desde que empecé a publicar hace poco más de cinco años. Desde ese entonces, Thom incluyó dos de mis cuentos en ambas antologías que editó, hizo la tapa de uno de mis libros, me proporcionó cotizaciones para tapas de libros (incluido el que está ahora en las manos del lector) y simplemente estuvo a mi lado cuando yo necesitaba alguien con quien hablar de naderías. Thom también leyó este libro y me brindó algunas palabras muy amables cuando estuve lleno de desconfianza de mí mismo y pronto a descartar este libro en su totalidad. Gracias por todos estos años de amistad, Thom.
Por último, pero no por eso menos importante, doy las gracias a mi familia. A mis padres, Mike y Karen, por su apoyo en el transcurso de los años. A mi hermano, Mark que, aunque separado por la distancia, ha sido un gran tío para mis niños. A mis hijos Moriyah, Isaac, Caleb y Lidiyah, que aguardaban con paciencia a que su papá terminara de escribir un capítulo más antes de ir afuera a jugar: ustedes, muchachos, son los mejores hijos que cualquier padre podría desear; los amo con todo mi corazón. Y, por ultimo, a Alicia y Cayden: hace tan sólo poco más de un año que entraron en mi vida, pero se han convertido en parte importante de ella y no puedo imaginarla sin ustedes.
Capítulo Uno
Las calles estaban vacías. En condiciones normales Todd se encontraba cómodo entre las multitudes. Amigos y desconocidos por igual, no le importaba. En tanto estuviera rodeado por gente, se sentía en casa.
Pero para lo que estaba a punto de hacer necesitaba soledad. No quería que alguien lo juzgara o intentara convencerlo de no hacerlo.
Sin peatones, sin tránsito. Con la excepción de los bares, Aspen Falls era la clase de pueblo que dejaba de funcionar a las diez de la noche. Esto normalmente irritaba a Todd hasta el punto de hacerlo putear todo el tiempo, pero ahora lo hacía sentir agradecido.
Era apenas pasada la medianoche cuando Todd salió del bar. Aunque no tenía la menor idea de cuánto tardaría en llegar a Lakeside Drive desde el centro del pueblo, supuso que una hora como mínimo. No es que ese lugar hubiera estado lejos de donde Todd había partido, sino que le había tomado tiempo abrirse camino por las calles, tratando de prolongar lo inevitable. Quería estar seguro de que eso era lo que quería. Hasta se había detenido en un restaurante de los que están abiertos toda la noche, para tomar un café antes de iniciar el viaje. Todd había hecho un desvío junto al lago, en parte para sentir la brisa fría que llegaba desde el agua; en parte, porque el sonido de las olas lamiendo la orilla lo relajaba... pero principalmente porque quería disfrutar su último día, bebiendo a sorbos su café mientras admiraba la vasta extensión de agua que se conectaba a lo lejos con el cielo negro.
Esta ruta estaba fuera del camino de Todd: tuvo que caminar en sentido contrario para llegar al lago Nordin y la acera que corría a lo largo de la playa evitaba por completo el centro comercial del pueblo, para finalmente conectarse con el camino Lakeside. Exactamente en el paso elevado.
Durante el día, este sitio era un hervidero de actividad: parejas que salían para dar un paseo romántico, gente que salía con su perro; nadadores, ciclistas y patinadores que hacían su ejercicio cotidiano. Había un parque con juegos para niños y bancos para sus padres o para la gente que simplemente quería un lugar donde leer. Durante la noche era un pueblo fantasma, en silencio con la excepción de las olas que se estrellaban contra la playa.
El paso elevado conectaba el camino Lakeside, probablemente la calle más concurrida de la ciudad, con el corazón del centro comercial. A medida que ascendía en pendiente lo flanqueaba por ambos lados una colina cubierta de hierba. Durante los fríos inviernos de Ontario era un sitio popular para deslizarse en trineo. Todd pensó en traer acá sus propios hijos, pero ahora ya no había posibilidad de hacerlo.
Más cerca de la redondeada cima la colina desaparecía, creando la impresión de que nada sostenía el puente, aunque Todd sabía que debajo de donde estaba parado había varios pilares de cemento. La barandilla, de apenas algo más que cuarenta y cinco centímetros de alto, se hallaba sobre la parte superior de una pared de cemento, lo que la llevaba a quedar a la altura del pecho de Todd: lo suficientemente alta como para que él apoyara los brazos mientras se inclinaba contra ella y miraba hacia abajo, a las vías de ferrocarril que pasaba por allí. Todd trató de estimar la distancia. Supuso que podría ser cualquiera entre dieciocho y veinticuatro metros; quizá más. Resultaba difícil discernirla en la oscuridad, pues la luz de las farolas no llegaba lo suficientemente lejos como para iluminar mucho más que la calzada en sí.
Buscó dentro del bolsillo de su chaqueta, pensando en lo extraño que era que tuviese que llevar chaqueta en agosto, pero el viento de verano durante las noches hacía que la temperatura bajara demasiado como para llevar nada más que una camiseta. Palpó hasta que la mano aferró la caja rectangular. Sacó un cigarillo, se lo puso entre los labios y lo encendió. Hizo una inhalación profunda, larga y miró a lo lejos, viendo luces del otro lado del lago y preguntándose qué podrían ser.
Revisó la calzada y se preguntó si podría ser que pasara algún auto. Quizá los otros se habían dado cuenta de que él se había ido y salieron a buscarlo
No era probable, se recordó a sí mismo: los demás estaban clavados en el espectáculo, para el momento en que se fue durante un intermedio. Era probable que hubieran terminado la última actuación sin él. No es que Todd hubiera sido esencial de todos modos. Probablemente Rick se hizo cargo con la guitarra rítmica y se las arregló sin la melódica. Quizá Jeff simplemente copió sus ostinatos en el bajo eléctrico, mientras Rick hacía sus solos
De cualquier forma, habrían seguido adelante sin él, como si nunca lo hubieran necesitado.
Al igual que todo el resto de la gente en la vida de Todd.
Sus padres. Su hermano. Su esposa. Sus hijos. Todos ellos siguiendo adelante sin él, recordándole que era más un estorbo y que todos ellos estarían mejor si Todd no existiera.
Hasta hacía algunas horas pensaba que su música era todo lo que le quedaba. Pero ya ni siquiera tenía eso. Realmente no. Pensaba que se podría satisfacer pasando el resto de su vida tocando en bares de mierda para veinte personas que opinaban que la música no era más que ruido de fondo, demasiado alto como para permitirles mantener una conversación pasable. A las mujeres les molestaba que no podían oír el chismorreo por sobre la banda. Los tipos se enojaban porque las mujeres que estaban tratando de seducir no podían oír el inteligente verso que les hacían.
Todd sabía que sus canciones valían mucho más que eso.
Las canciones que escribía eran tan parte de él como la sangre que le corría por las venas. Si se tomara cada una de las canciones que escribía y se leía la letra, comenzando por las primeras y terminando por las más recientes, se recitaría toda la triste y lamentable vida de Todd. Pero a nadie le importaba eso. Le había tomado demasiados años comprenderlo, pero finalmente lo había hecho y ahora hasta sus sueños le habían sido arrancados y no veía motivo alguno para seguir adelante.
Había una cierta libertad en el conocimiento de que su dolor habría terminado pronto. La carga que se había acumulad en el transcurso de treinta y cinco años se estaba levantando y Todd se sintió infinitamente mejor.
Era ahora o nunca. Si esperaba demasiado tiempo podría perder el coraje. Dio una última pitada al cigarrillo y lo lanzó lejos con rápido movimiento de los dedos, mirando el resplandor rojo intenso mientras caía hasta desaparecer en la oscuridad de abajo. Se paró sobre la pared de cemento dejando que las espinillas se apoyen contra la barandilla, mientras extendía los brazos. Cerró los ojos, dejando que el viento soplara contra él una última vez.
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