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La Espada Mímica - Jesse Wilson

La Espada Mímica - Jesse Wilson

Traducido por Sebastián Iglesias

La Espada Mímica - Jesse Wilson

Extracto del libro

Era un jueves, 14 de Yulex. Los meses de invierno ya estaban presentes desde hacía un tiempo, y la nieve caía en la mayor parte del Reino Antaciano, como lo había hecho por generaciones durante esta época del año. Todo era normal.

 Todos en el Reino estaban emocionados por el próximo festival que se llevaría a cabo en once días. El Festival de las Espadas. Este año era su turno de organizar el gran festival sobre el final del año.

 En lo profundo de las entrañas del Castillo Lom trabajaba solo un hombre que no estaba emocionado por este, o por cualquier otro festival.

 Es un lavaplatos que lleva el nombre de Pen Kenders, que si bien lavaplatos suena miserable, era un trabajo que a él no le molestaba.  Pen escurrió la última pileta y suspiró.

- Odio las fiestas, el señorío real parece tener algún tipo de fiestas rituales cada día, que son suficientes para volveme loco. - le dijo Pen a su viejo compañero de trabajo mientras que se secaba las manos con una toalla limpia y luego la arrojaba al gran cubo negro contra la puerta.

 - Sí...te quejas cada año. Lo mismo de siempre. Sin embargo sigues regresando, así que obviamente no es suficiente como para hacerte renunciar. - le respondió Shane en un tono molesto.

- Supongo que tienes razón, pero igual, odio las temporadas de fiestas. Digo, ni siquiera tienen sentido alguno. - Pen dijo lo mismo que dice cada año sobre estas fechas. Le cerró la puerta al lavaplatos y se alejó al momento que lo encendía solo, para evitar que la ráfaga de vapor saliera hacia su rostro.

Segundos después Shane abrió la puerta de metal, quitó el estante de los platos e hizo lo que pudo para evitar el vapor, pero era casi imposible.

 - Deberías alegrarte y disfrutarlo, no te hace bien ser tan amargo por las fiestas. - dijo Shane mientras juntaba los platos limpios.

- Hablaremos de eso luego. Solo quiero ir a casa. Ordenemos este lugar y vayámonos, mañana será otro día después de todo. - cambió el tema Pen, cansado de hablar de eso.

 - No puedo discutirte eso. - dijo Shane con una sonrisa cómplice mientras levantaba la pila de cosas y se alejaba para guardarlas. Pen simplemente sacudió la cabeza, y tomó la esponja de acero para comenzar a limpiar la mugre que se había formado en las últimas seis horas.

Shane y Pen trabajaban bien juntos y la limpieza solo les llevó veinte minutos.

- Te veo mañana Shane. - le dijo Pen mientras se ponía la chaqueta encima de la camiseta negra empapada.

- Sí, nos vemos luego. - respondió Shane y salió de la habitación. Pen miró alrededor. Después de todos esos años de estar aquí, si bien era deprimente a veces, era su segundo hogar. Era un lugar en el que estaba a cargo, era seguro. Sacudió la cabeza, sacándose el aturdimiento.

- Buenas noches - dijo a nadie, apagó las luces y salió de la habitación.

Pen salió caminando y se desanimó. La nieve caía y el aire helado causó que su ropa húmeda y cálida largara vapor. Fue tambaleándose a través de la nieve fresca hasta el auto. Los muros del castillo usualmente rompían el viento, pero esta noche el viento soplaba en dirección a él.

La nieve se sentía como pequeños cuchillos cuando el viento le azotaba el rostro. Shane se había ido, podía ver la huellas de las ruedas que se alejaban y ahora deseaba que él también se hubiese apurado en salir. Caminó hasta el auto y le sacó la nieve para poder entrar.

 Puso las llaves y las giró, pero el motor apenas hizo ruido y se apagó.

- Uh, vamos, no me hagas esto a mí, no esta noche. - dijo Pen desesperadamente y volvió a intentarlo. Suspiró aliviado cuando el motor cobró vida.

- Gracias Taro - dijo en voz baja y volvió a salir del auto con la escobilla para sacar toda la nieve del parabrisas y del resto del vehículo. Pen quitó el polvo de nieve lo más rápido que pudo, se subió al auto y encendió los limpiaparabrisas para que hicieran el resto del trabajo. 

- Muy bien, vamos a casa. - dijo, hablando solo. Pen salió del lugar de estacionamiento y manejó muy despacio hacia la salida. Se detuvo en la casilla de guardia y bajó la ventanilla.

 - ¿Finalmente te vas hoy, Kenders? - Dan le hacía cada día la misma pregunta. A Pen le molestaba, pero lidiaba con eso de todas maneras. - Sí, otro día, otra moneda, ya sabes cómo es - contestó Pen mientras le entregaba la tarjeta de identificación.

 - Ya sé quién eres, no necesitas mostrármela cada vez que pasas - dijo Dan, y le echó un vistazo a la tarjeta plastificada simplemente para hacer sentir mejor a Pen.

- Viejos hábitos y eso. Bueno, que te mantengas cálido esta noche - respondió Pen y volvió a introducir el brazo y subió la ventanilla. El guardia presionó el botón y el portón se levantó. Luego lo saludó con la mano mientras se iba. Pen avanzó a través del portón y entró en el camino.

Estaba abandonado, pero eso era normal en una noche como esta. Se sintió afortunado de que no tuviera que manejar demasiado lejos del castillo. Lo normal como lavaplatos sería que vivieras en el lado desolado del pueblo. Como Pen trabajaba para el Rey y la familia real, le pegaban mucho mejor. Siempre se había considerado a sí mismo un suertudo, pero sabía que la suerte no tenía nada que ver con eso.

Pen viajó por el camino lentamente con la radio apagada para asegurarse de que no se distraería del clima invernal. El viaje a casa fue solitario y tranquilo, justo como le gustaban los viajes a casa.

Pronto estaba entrando al garage y cerrando la puerta detrás de él. Salió del auto y se dirigió a su casa. La casa era bastante grande, pero vivía solo, de hecho él solo usaba cuatro habitaciones del lugar regularmente, las otras tres se mantenían vacías. En el momento que entró, se sacó su vestimenta grasosa y empapada y la arrojó al canasto.

Es algo que hacía de memoria desde hace más o menos quince años ya.

Después de esto siempre va al baño para tomar una ducha para quitarse la sensación de estar mugriento y cubierta la piel de lodo. Este era siempre un proceso rápido porque sus pies estaban siempre tan doloridos que mantenerse en pie le costaba. Estar parado seis horas en un lugar toda la noche lo afectaban.

 Salió de la ducha y se puso el pijama, unos shorts grises y una camiseta negra. Hecho esto, fue rengueando hasta la cocina para agarrar la botella de medio litro del refrigerador y se fue derecho a su sillón favorito. Sentarse en él era siempre la mejor parte del día. Reclinarse y no hacer nada era algo que esperaba con ansías todas y cada una de las noches.

Pen alcanzó el control remoto y encendió el televisor. Apareció la red de noticias de EFF en la pantalla.

- Bueno me preguntó qué pasó hoy - dijo para sí mismo y se puso a mirar.

- Hoy un nigromante despertó tres demonios y los usó para atacar la Escuela Primaria Desert Wind. Treinta están muertos en este evento horripilante, pero a la vez demasiado común. Ha vuelto a traer el tema del control de la magia una vez más a las cortes del Rey Lom. - Pen cambió de canal.

 Era trágico, pero a él no le interesaban esas cosas porque no había nada que él pudiera hacer. Solo se preocupaba por las cosas que podía cambiar y no sabía nada sobre la magia.

 - Solo un lavaplatos. - se dijo a sí mismo. Hubo en momento en su vida en el que podría haber dado ese salto hacia el mundo mágico, pero eso fue hace mucho tiempo. Se acercaba a los treinta años y los usuarios de la magia por lo general comenzaban a los quince. No, Pen sabía que estaba estancado haciendo esto y que probablemente trabajaría de esto hasta el día de su muerte. No le molestaba esa idea.

Pen puso otro canal de noticias.

 - Y las familias realas están llegando al castillo de Lom, preparándose para la celebración de la espada. Cada familia lleva su espada sagrada ya que han pasado ocho años desde la última vez que las familias se reunieron aquí. - Pen cambió de canal nuevamente. Estaba harto de todo lo referido a la fiesta y quería evitarla siempre que pudiera.

El Asesinato (Condominio 50+ Libro 1) - Janie Owens

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