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Maisy y la Mansión Misteriosa (Los Archivos de Maisy Libro 3) - Elizabeth Woodrum

Maisy y la Mansión Misteriosa (Los Archivos de Maisy Libro 3) - Elizabeth Woodrum

Traducido por Celeste Mayorga

Maisy y la Mansión Misteriosa (Los Archivos de Maisy Libro 3) - Elizabeth Woodrum

Extracto del libro

Un cosquilleo de emoción recorrió la espina dorsal de Maisy mientras sostenía los tres boletos rectangulares. Miró a sus padres y se le escapó un chillido.

—¿De verdad vamos a ir? —preguntó ella.

—¡Nos vamos en cuanto puedas hacer tu maleta! —dijo su padre.

—¡No puedo creerlo!

—Avísanos cuando estés lista. Pero tenemos que salir dentro de una hora si queremos evitar el tráfico intenso  y poder parar en algún sitio para comer —,dijo su madre, mientras seguía al padre de Maisy fuera de la habitación.

Durante unos momentos después de que sus padres se fueran, Maisy se quedó de pie en medio de su habitación. Todavía estaba en pijama. Tenía el cabello revuelto y su mente era un revoltijo de pensamientos. Había mucho que hacer. Al menos ya había desayunado.

Maisy sacudió la cabeza para despejarla. Corrió al baño para lavarse los dientes y ponerse presentable. Cuando volvió a su habitación, se sorprendió al descubrir que sólo habían pasado quince minutos. Estaba segura de que nunca se había movido tan rápido en ninguna otra mañana.

Sacó su bolsa de lona del fondo del armario y empezó a hacer la maleta. Necesitaría más cosas para este viaje que si estuviera haciendo algo normal, como quedarse a dormir en casa de Verónica. Escogió dos pares de sus pijamas favoritos. Estaba metiéndolos en la bolsa cuando su madre volvió a entrar en la habitación. Reesie la seguía, moviendo la cola.

—Tu padre y yo te compramos algo para el viaje.

Maisy agarró la amplia caja cuando su madre se la tendió. Deshizo el lazo púrpura y quitó la tapa de la parte superior. Cuando vio lo que había dentro, casi dejó caer la caja. Por segunda vez esa mañana, Maisy soltó un pequeño chillido. Sonrió al darse cuenta de que la personalidad burbujeante de Verónica se le estaba contagiando.

Colocó la caja sobre la cama y tocó el material marrón de su nueva gabardina. Tenía una textura suave y se sentía fresca bajo su piel. La sacó de la caja y se quedó mirando a su madre, sin palabras.

—Tu padre y yo pensamos que iría bien con tu sombrero. ¿Te gusta?

—¡Me encanta! —Le dio a su madre el abrazo más fuerte que pudo—. ¡Muchas, muchas, muchas gracias!

—Te dejaré para que termines de hacer la maleta . Ven a ayudarme a recoger  las cosas de Reesie cuando termines.

Maisy se detuvo con un brazo en su nueva gabardina. Todavía no se había dado cuenta de que iba a pasar el fin de semana sin su pequeña cachorra con la que acurrucarse por la noche. Maisy había pasado muchas noches fuera de casa. Pero esta sería la primera vez que toda su familia estaría fuera, y nadie estaría en casa para cuidar de Reesie.

Su familia había adoptado a Reesie de un refugio cuando tenía unos dos años, y Maisy estaba en el jardín de infancia. Ahora tenía unos seis años y a Maisy le preocupaba que a Reesie no le gustara quedarse en otro sitio.

—Mamá, ¿dónde vamos a llevar a Reesie? ¿Hay alguna manera de que pueda venir con nosotros?

—Lo siento, cariño. No te preocupes. La madre de Verónica ha dicho que se quedarán con ella el fin de semana y vendrá a recogerla antes de que nos vayamos. Reesie lo pasará bien.

Maisy dejó escapar un suspiro. A Reesie le gustaba Verónica y su hermano pequeño, Vince. También se llevaba bien con el cachorro dálmata de Verónica, Spot, aunque ahora era más grande que ella. Los dos perros solo habían estado juntos en un par de ocasiones, pero se perseguían como viejos amigos.

—Está bien. Sé que la cuidarán bien.

Cuando su madre se fue, Maisy terminó de ponerse la gabardina. Se sentía aún más una detective. Tomó su cuaderno de notas y fingía estar estudiando un caso, cuando sintió un tirón.

Miró hacia abajo y vio a Reesie tirando del borde de su nuevo abrigo. La cachorra lo dejó y se levantó sobre sus patas traseras. Olfateó todo lo que pudo del abrigo antes de volver a caer al suelo y abrir el hocico para agarrarlo de nuevo.

—No, cachorrita —dijo Maisy y agarró a la perrita. La acurrucó un momento antes de volver a dejarla en el suelo. Con un último olfateo, Reesie se dio por satisfecha de que el extraño y nuevo objeto era de confianza. Se alejó brincando y se acomodó para dormir una siesta en su acogedora camita.

Maisy soltó una risita y se dispuso a terminar su trabajo.

El suave paseo por el asfalto se convirtió en un camino lleno de baches, cuando Maisy y sus padres se adentraron en el camino de grava que conducía a la vieja mansión. Estaba construida de madera oscura y parecía antigua, pero robusta. Tenía tres pisos, con ventanas redondeadas enmarcadas por persianas negras y de la chimenea salían bocanadas de humo gris.

Su padre se detuvo junto a otros coches en un pequeño estacionamiento. Maisy había hecho todo lo posible por disfrutar del viaje de dos horas. Pero estaba demasiado ansiosa para quedarse quieta un momento más. Se desabrochó el cinturón de seguridad y abrió la puerta del coche. La recibió un olor a bosque y a aire libre, y aspiró profundamente. Sintió el frío de finales de octubre en el aire y deseó haberse puesto la gabardina. Pero había decidido dejarla para más tarde.

Maisy se dirigió a la parte trasera del coche y ayudó a sus padres a sacar su equipaje. Maisy sacó su bolsa de lona de su lugar junto a su anticuada caja de máquina de escribir. Buscó su mochila en el maletero. Cuando no la vio, se le cortó la respiración.

—Papá, ¿has visto mi mochila? Tiene todas mis cosas de detective. ¡Debo tener mi mochila!

—Relájate, Maisy. Está aquí mismo —,dijo.

Recogió la mochila del suelo y ayudó a Maisy a ponérsela.

—¡Gracias!

Cuando recogieron todas sus pertenencias, siguieron un camino que conducía al porche. La grava crujió bajo los pies de Maisy, que miró a su alrededor, contemplando el paisaje. Los altos árboles ya habían perdido sus hojas, que se extendían por los arbustos y el suelo bajo las ramas. Las nubes de malvavisco flotaban junto al sol, haciendo que los rayos de luz brillaran a su alrededor. Aunque había mucha luz en el exterior, Maisy pensó que el lugar era un poco tenebroso. Era perfecto.

El porche crujió bajo sus pies  mientras lo cruzaban. Un cartel junto a la puerta decía: «¡Bienvenidos al fin de semana familiar de la Mansión Misteriosa!»

Maisy había visto un anuncio del evento hacía unas semanas y le había preguntado a sus padres si podían ir. En ese momento, no habían dicho que no, pero tampoco habían dicho que sí. Maisy había preguntado varias veces más, pero sus padres dijeron que aún no estaban seguros. Ahora, Maisy sabía que habían querido sorprenderla. Realmente tenía unos padres increíbles.

Maisy giró el pomo y empujó la pesada puerta para abrirla. Solo tuvo unos segundos para asimilar la estrecha escalera de la derecha y el candelabro sobre su cabeza antes de que les recibiera un hombre mayor y delgado, que iba vestido como un elegante mayordomo.

—Buenas tardes a las damas y al caballero. Soy el Sr. Jameson, el mayordomo. ¿Me dan sus entradas, por favor?

Maisy sonrió al hombre y observó su cabeza calva, sus guantes blancos y sus brillantes zapatos negros. Era muy correcto.

—Somos los Sawyer —, dijo la madre de Maisy, entregándole sus entradas.

—Es un placer conocerlos, Sr. y Sra. Sawyer. ¿Y quién es nuestra joven detective?

—Soy Maisy. Encantada de conocerle, señor.

—Muy bien, entonces. Vamos a instalarlos. Conocerán a los otros invitados, así como a Lord y Lady Foster, esta noche. Nuestras festividades comienzan a las cinco en el comedor, que está justo a través de esas puertas. —Señaló un gran conjunto de puertas dobles frente a la entrada.

Maisy miró a su alrededor. La mansión estaba decorada como lo había estado la casa de su abuela. Todo era de color oscuro, desde el suelo de madera hasta las cortinas granates que colgaban de las ventanas a ambos lados de la puerta. El lugar tenía un aire de «ancianita».

El Sr. Jameson recogió las pertenencias de Maisy mientras guiaba a su familia por las escaleras. La escalera estaba bordeada de cuadros formales de personas en poses distinguidas. Cada marco tenía una placa dorada pegada en la parte inferior, grabada con el nombre de la persona. Maisy vislumbró una foto que llevaba el nombre de Lord Foster. Era una de las personas que el mayordomo había dicho que conocerían. Maisy quería ir más despacio para observar su entorno más de cerca. Sin embargo, el Sr. Jameson estaba delante de ella y sus padres detrás. No podía detenerse para ver mejor, sobre todo porque ellos llevaban el equipaje más pesado. Pero Maisy se dio cuenta de que a Lord Foster le faltaba mucho cabello.

Cuando llegaron al segundo piso, el señor Jameson recorrió algo más de la mitad del pasillo, con sus elegantes zapatos haciendo ruido en el suelo de madera y Se detuvo frente a la habitación once, que estaba en el lado izquierdo del pasillo.

—Aquí está su habitación, Sr. y Sra. Sawyer.

—Espera, ¿yo tengo mi propia habitación? —Preguntó Maisy.

El padre de Maisy sonrió.

—Se conecta con nuestra habitación. Pensamos que te gustaría tener tu propio espacio de oficina mientras trabajas en el caso.

Maisy suspiró.

—¡Sois los mejores!

Después de dar la llave a sus padres, el Sr. Jameson condujo a Maisy a la siguiente puerta, que era la última habitación de invitados. La única puerta más abajo, en el mismo lado del pasillo, mostraba un cartel de Baño de Mujeres. Le entregó una llave y Maisy abrió la número trece.

Las cortinas de una ventana situada encima de un pequeño escritorio estaban cerradas, haciendo que la habitación quedara en penumbra. Cuando Maisy entornó los ojos en la oscuridad, una figura salió de las sombras.

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