Cancion Fantasma - La Maldición Del Solar Denby
Cancion Fantasma - Extracto del libro
Prologo: 1970
Spalding Hunt estaba de pie en la entrada de gravilla de su garaje, fumando un puro después de comer como de costumbre. Era un hombre de costumbres, y siempre lo había sido. A los ochenta y cuatro años el se sentía con derecho a hacer lo que más le apeteciera, sin la necesidad de justificar sus acciones a aquellos que le rodeaban.
La verdad es que el, soltero por vocación, nunca había permitido que lo que pensaran los demás afectara a sus decisiones. El siempre había vivido según sus normas.
Mientras exhalaba un gran circulo de humo al cielo nocturno, Spalding se giró al oír unas pisadas detrás suya.
El señor y la señora Jarrow habían trabajado para el durante mas de veinticinco años.
La señora Jarrow se dedicaba a las labores del hogar, hacía la comida y limpiaba, mientras que su marido cuidaba el jardín, hacia labores de mantenimiento y de chofer.
Ellos vivían en una modesta granja en las tierras del solar de Spalding y aunque les cobraba una miseria por vivir allí, el modesto sueldo que les pagaba hacía que ambos tuvieran que tener otro trabajo a media jornada.
Jack Jarrow trabajaba tres mañanas a la semana en la oficina de correos del pueblo en el departamento de clasificación, mientras su mujer cubría el turno de tarde en su local como camarera de barra.
Si Spalding hubiera querido pagarles un sueldo digno, los Jarrow hubieran podido cuidar de el y de su casa a tiempo completo. Pero como no era así, la pareja de cincuentones hacía lo que podía en su tiempo libre.
Emily Jarrow se aseguraba de que el desayuno de Spalding estuviera en la mesa puntualmente a las ocho en punto todas las mañanas, incluyendo los fines de semana y de servirle la cena a las nueve todas las noches.
Todas las mañanas, para desayunar, Spalding siempre pedía un desayuno ingles completo, que consistía en gachas de avena, huevos y bacon, tostadas con mermelada y una taza de te. Para comer siempre tomaba invariablemente un sándwich y una pinta o dos de cerveza, servidas por Emily casi siempre en el local.
Para la cena el siempre pedía un menú de cuatro platos empezando por una sopa, seguida de un plato principal, postre y queso. Siempre acompañaba la cena de una botella de Clarete, y a veces de un vaso o dos de Oporto para acompañar al queso.
Al contrario que muchos octogenarios, el apetito de Spalding no había disminuido con el paso de los años, incluso había logrado mantener una figura relativamente en proporción con su altura.
El observó como los Jarrows se subían a su coche y salían por la entrada del garaje.
Justo en el momento en el que los Jarrow alcanzaron una cierta distancia comenzó el canto, como Spalding sabía que lo haría.
Era igual todas las noches.
¡Cuando el se quedaba solo empezaba el tormento!
Primero era la canción, interpretada por una voz dulce y amable que parecía casi como si la llevara el viento, mientras la melodía de la conmovedora nana, llenaba el aire que le rodeaba.
“Contra más profundas se hacen las aguas, mas anhela mi alma volar.
En las alas de un águila, esperare para siempre jamás.
En los brazos de mi verdadero amor, esperare que me llegue la hora.
Así que abrázame por siempre, hasta que seas mío.
Por mucho que lo intentaba, Spalding no podía bloquear el sonido. Ni siquiera metiendo un dedo en cada oreja, la nana parecía esquivar sus defensas.
Era casi como si la música emanara de su interior, un grito que le salía del alma.
¡El conocía la voz!
Después de tantos años hubiese sido totalmente plausible que el la hubiera olvidado si no hubiera sido por el hecho de que le visitaba todas las noches y a menudo durante el día, cuando el estaba solo.
El no tenía ningún control sobre la voz, y no había manera de hacer que se callara.
Con una combinación de disgusto y frustración, Spalding tiró su puro medio fumado y entró en la casa a toda prisa.
El cerró la puerta de un portazo y se quedó con la espalda apoyada en esta durante unos instantes.
Tal y como el había esperado el canto había cruzado el umbral de la puerta con el, y ahora que estaba dentro de la casa la letra de la canción hacía eco por toda la casa como si estuvieran cantando en todas las habitaciones a la vez.
Spalding apretó las manos contra los oídos en un fútil intento de amortiguar el sonido.
Después de dar unos pasos hasta llegar al gran salón, el levantó la cabeza y gritó a pleno pulmón.
¡Ya basta, no puedo soportarlo más! ¿Qué quieres de mi?
En respuesta a sus gritos, varias de las puertas de las habitaciones del piso de arriba empezaron a abrirse y a cerrarse, una tras otra.
Como si estuvieran esperando su turno en una cola, las luces del piso de arriba empezaron a parpadear hasta que finalmente se apagaron, y la única luz que había en la habitación provenía del fuego rugiente de la chimenea del salón, el cual proyectaba unas sombras misteriosas en la puerta en la que Spalding estaba apoyado.
Las puertas del piso de arriba continuaron abriéndose y cerrándose de un portazo, pero el ruido que hacían, no era suficiente para tapar el canto que se filtraba desde todas y cada una de las habitaciones de la casa.
Spalding caminó hasta el pie de la amplia escalera y miró a la oscuridad del piso de arriba.
“¿Por qué no me dejas en paz?”, gritó el en la oscuridad.
“Llora por mi amor mío”, hasta que el mar se seque
Nunca busques respuestas, ni preguntes el por qué.
El camino al que estoy destinada, no esta pavimentado con oro
Pero la calidez de tu amor, me quita el frío.
Las palabras de la nana que el tiempo atrás había aprendido de memoria, a la fuerza, se repetían en su cabeza burlándose de el o incitándolo a pasar a la acción.
Lentamente, apoyándose en la barandilla, Spalding empezó a abrirse camino a través de la curvada escalera. ¿Qué puedo hacer?, gritó el una vez más, manteniendo la cabeza firme como esperando que algo o alguien entrara en su línea de visión. Una ráfaga de viento frío soplaba por la escalera, mientras el viejo se agarraba a la barandilla aferrándose a la vida. La fuerza de la ráfaga meció a Spalding como si estuviera atrapado en un torbellino, casi haciéndole caer.
Tal audacia de intentar impedir que Spalding subiera la escalera hizo que aumentara su determinación por completar la tarea.
Tomando una gran bocanada de aire, el continuó subiendo la escalera, negándose a rendirse.
Cuando el había llegado a la mitad, Spalding sintió como si le apretaran el pecho.
Antes de que tuviera la oportunidad de responder ante el problema la mano izquierda se le entumeció y a el le costó un esfuerzo supremo quitarla de la barandilla.
Spalding se quedó ahí parado en la escalera durante unos instantes, indefenso, mientras trataba de desentumecer su mano. Pero antes de que sus esfuerzos dieran su fruto, un dolor agudo, como si le estuvieran dando una puñalada le atravesó por el lado izquierdo de su cuerpo.
Agarrándose el hombro con la mano derecha, Spalding sintió ceder el suelo bajo sus pies.
El era apenas consciente del canto que aún resonaba en el aire mientras el caía a plomo por las escaleras, hasta el piso inferior.
Mientras la vida se escapaba de su anciano cuerpo, el canto cesó y las luces de la casa se volvieron a encender.
Los ojos sin vida de Spalding miraban al frente, incapaces de presenciar la aparición fantasmal que se cernía encima suya desde lo alto de las escaleras.
Capitulo Uno: Hoy en día
Meryl Watkings llevaba un carrito de bebidas hacia una de las muchas mesas que rodeaban el escenario en el fondo del pub que ella regentaba con su marido Mike.
El bar estaba abarrotado, demasiado incluso para ser un viernes por la noche. Meryl lo había achacado a la nieve que había caído ayer por la tarde, se había acumulado una capa de varios centímetros de espesor, y al hecho de que una vez al mes ella y su marido contrataban a una banda para que tocara en directo en el pub.
Esta noche, tenían a un grupo de folk que lo formaban cuatro primos. Un hombre tocaba la batería, otro la guitarra, luego había una chica con la otra guitarra y otra con la flauta. La que tocaba la guitarra era la cantante principal del grupo.
Era la primera vez que este grupo venía a tocar a su pub, pero venían recomendados por otros patrones de la industria que Meryl y Mike conocían.
Eran nómadas gitanos que actuaban por todo el mundo, y aunque nunca habían publicado un al bum, la gente que estaba cerca del escenario siempre les pedía que tocaran una canción más.
Mary se apresuró en volver a la barra donde ya había cinco clientes esperando a que les sirvieran, además de los clientes que su marido y los otros dos camareros de barra aun no habían atendido.
El grupo estaba ya colocando los instrumentos en el pequeño escenario, y las chicas ya habían recibido varios silbidos de admiración del publico masculino. Meryl consideró seriamente en advertir por megafonía que guardaran el orden, pero a las dos muchachas parecía gustarles la atención que les dispensaban y respondían mandando besos a la multitud.
La actuación estaba programada para las nueve y media, y justo antes de que la manecilla más larga del reloj alcanzara las seis Mery sintió una corriente helada de aire prominente de la puerta de entrada cuando, esta se abrió y entró uno de sus clientes habituales del local arrastrando los pies.
El viejo había venido todas las tardes desde que abrieron el pub.
El nunca hablaba con nadie excepto para decir por favor o gracias cuando pagaba su bebida, y siempre se sentaba en la esquina mas alejada de los demás clientes para disfrutar de su cerveza en paz.
Meryl notó la cara de sorpresa del viejo cuando este se percató de lo llena de gente que estaba la zona próxima a la barra. Durante unos instantes el se quedo inmóvil cerca de la puerta de entrada observando el abarrotado pub y Meryl estaba convencida de que el estaba pensando en marcharse sin tomarse sus dos pintas de cerveza de costumbre.
Meryl tuvo el impulso de darle el cambio al cliente que acababa de pagar por su consumición y disculparse con el cliente siguiente mientras ella rodeaba la barra y cogía al viejo por el brazo justo cuando este se había dado la vuelta para dirigirse a la salida.
El hombre la miró con una mezcla de sorpresa y confusión en la cara hasta que se dio cuenta de quien era la persona que le estaba cogiendo por el brazo.
Meryl sonrió de oreja a oreja. “Esta noche estamos hasta los topes”, explicó ella. “Pero hay una mesa vacía perfecta para usted”.
Acto seguido, ella guio al viejo cuidadosamente entre la multitud hasta que llegaron a su destino.
Una vez que el se sentó, Meryl se ofreció a servirle, “lo de siempre, ¿no?
El viejo sonrió, “si, por favor”, contestó el, y Meryl le dio unos golpecitos en el hombro antes de volver a la barra.
Después de servir a un par de clientes habituales, Meryl volvió con el viejo con su pinta de cerveza fuerte de costumbre.
Ella la dejó encima de la mesa delante de el y mientras el abría la cartera para pagar, ella le sujetó la mano. “La primera de hoy corre de mi cuenta”, dijo ella guiñándole el ojo.
El viejo se lo agradeció amablemente, y Meryl le dejo a solas para volver a la barra.
La banda se presentó a sí misma y empezó la actuación.
La música de la banda era una mezcla de géneros musicales, pero ellos hacían sus propios arreglos para adaptarlas al genero folk/country que ellos habían prometido tocar, y para cuando casi habían terminado la primera serie de canciones la multitud se les había unido cantando las viejas canciones conocidas por todos.
Cuando la banda hizo una pausa para descansar, hubo una repentina ola de gente con ganas de juerga que fueron a la barra a pedir más bebida.
Entretanto ella servía a los clientes Meryl le echaba un ojo al viejo que estaba sentado en la esquina, y mientras el apuraba el último trago de su cerveza ella ya le estaba sirviendo otra.
Ella se hizo camino entre la muchedumbre justo cuando el viejo estaba levantándose para intentar llegar a la barra. Se le iluminó la cara cuando vio a Meryl aproximándose a el, se dejó caer en la silla y empezó a contar su dinero anticipándose a su llegada.
“Oh, muchísimas gracias”, suspiró aliviado el hombre, temía tener que abrirme paso entre toda la gente para llegar a la barra”.
Meryl se rió. “Te entiendo”, contestó ella. “Al menos me alegro de estar al otro lado de la barra, ya no cabe un alfiler aquí esta noche”.
El viejo asintió y le dio el dinero justo de su pinta de cerveza. “Son muy buenos”, opinó el, señalando con la cabeza hacia el escenario vacío.
“Si”, Meryl coincidió con el, “es la primera vez que vienen, pero no será la ultima. Me alegra que le guste nuestra actuación”.
“Oh, si, me encanta”, dijo el viejo sonriendo.
“Bueno, será mejor que vuelva a la barra antes de que haya un disturbio, la banda volverá dentro de un minuto para terminar su actuación. Espero que se quede hasta el final.
El viejo asintió. “Lo haré, gracias”.
Después de un descanso de diez minutos la banda volvió al escenario entre tremendos aplausos y más silbidos de admiración.
La cantante principal agradeció el cariño del publico, y antes de que empezaran la segunda serie de canciones ella se tomó unos minutos para presentar uno a uno a los miembros de la banda. La chica que tocaba la flauta era su sobrina y los dos hombres eran hermanos. Todos agradecieron el cariño del publico cuando les tocaba el turno de ser presentados.
La segunda parte del concierto fue igual de bien que la primera, con la audiencia igual de enamorada de la actuación de la banda y con ganas de participar. Aunque el alcohol había convencido a algunos participantes de que sabían cantar bien, la realidad era bien distinta, pero todo el mundo se lo estaba pasando bien, que era lo más importante para Meryl.
Al final de la actuación la banda dejo en el suelo los instrumentos y se colocaron en el centro del escenario para recibir una bien merecida ovación, con el publico puesto en pie.
Mientras el publico le pedía a la banda que siguiera tocando, Meryl hizo sonar la campana para avisar a la gente de que podían pedir la ultima consumición.
La cantante principal miró a la dueña del bar levantando el dedo índice para preguntar si había tiempo para una ultima canción.
Meryl asintió con la cabeza como respuesta y procedió a preparar una bandeja de bebidas para la banda para cuando ellos hubieran acabado.
“Damas y caballeros”, empezó la cantante, una vez que habían cesado los aplausos y los gritos de animo. “Nos gustaría cantar una ultima canción para vosotros esta noche”, alguien gritó desde le publico “gracias”, la muchacha rió agradecida. “Esta es una vieja nana gitana la cual la mayoría de nosotros hemos aprendido de nuestras madres cuando aún estábamos en la cuna. Esperamos que os guste”.
Meryl le echó un vistazo al viejo sentado en la esquina.
Ya tenía el vaso vacío y Meryl decidió ofrecerle otra cerveza por cuenta de la casa. A menudo, ella le había estado observando cuando venía la local los viernes por la noche. Era obvio que el no conocía a ninguno de los otros clientes, y siempre quería sentarse tan lejos de la gente como le fuera posible.
El pub tenía su clientela de gente mayor, pero ellos siempre estaban al quite de unirse a la conversación de los demás- agrupándose a menudo sin conocerse de antes.
En algunas ocasiones un cliente dejaba claro que no le gustaba que nadie se metiera en la conversación y Meryl siempre sentía pena por el solitario individuo que se alejaba buscando la compañía de otra persona.
Pero en todo el tiempo que llevaba trabajando en el pub, Meryl nunca había visto al viejo intentar unirse a ninguna conversación con nadie; ni con trabajadores del local ni con clientes.
En un par de ocasiones Meryl había intentado sacarle algo de conversación mientras le servía su cerveza, y aunque el era muy educado y cortés, siempre conseguía desbaratar sus esfuerzos contestando con monosílabos.
Mientras ella iba de camino para servirle otra cerveza, la cantante empezó a cantar la ultima canción de su actuación.
“Contra más profundas se hacen las aguas, mas anhela mi alma volar.
En las alas de un águila, esperare para siempre jamás.
Para sorpresa de Meryl, de repente el viejo giró la cabeza para mirar a el escenario, su movimiento fue tan abrupto y repentino que mando su vaso vació rodando por la mesa, el consiguió cogerlo justo a tiempo antes de que cayera al suelo piedra se hiciera añicos.
Las manos del viejo empezaron a temblar de manera incontrolada, y cuando Meryl llegó a su mesa, ella se inclinó y le puso la mano encima de la suya en un intento por tranquilizarle
La voz de la cantante se oía de fondo resonando en la barra y en todo el pub.
El resto de la banda tocaba de manera suave, como para asegurarse de que no interferir en la melodía de la cantante.
Meryl puso la cerveza que acababa de servir en la barra delante del viejo.
Cuando este levantó la vista para cruzarse las miradas con Meryl, ella vio como las lagrimas le inundaban los ojos, rebosando y cayendo por las mejillas dejando dos marcas gemelas a su paso.
De pronto Meryl sintió un incontrolable deseo de rodearle con sus brazos y decirle que toda iba a salir bien. En verdad, para empezar, ella no sabía que era lo que le pasaba al viejo.
En vez de eso, ella pensó que abrazarle llamaría demasiado la atención, y lo ultimo que Meryl quería era que el hombre pasara mas vergüenza, así que agarró un par de servilletas de papel del bolsillo de su delantal y se las dio para que el pudiera secarse las lagrimas.
Aguantándose las lagrimas, el viejo le dio las gracias por su amabilidad.
Meryl se sentía en la obligación de quedarse y averiguar que era lo que le pasaba. Mike siempre le andaba recriminando que quisiera solucionar los males del mundo, pero ella no podía evitarlo.
No le costaba nada decirle unas palabras amables al viejo y proporcionarle algo de consuelo, y ella estaba más que dispuesta a aliviar su pena.
Meryl se sentó al lado suya y giró la cerveza para que el asa quedara de cara al viejo.
“Ahí va otra a cuenta de la casa”, susurró ella, para no molestar a aquellos que continuaban escuchando a la cantante.
El viejo giró la cabeza para mirarla y le dio las gracias entre lagrimas.
Meryl le aguantó la mirada durante unos instantes.
Había algo en su mirada que escondía tras de si una tristeza que era casi palpable.
Cuando la cantante acabó, la audiencia empezó a aplaudir ruidosamente.
El resto de la banda se unió a ella para agradecerle a el publico las muestras de cariñó recibidas, y para prometer que volverían la próxima vez que pasaran cerca de allí.
El anuncio fue recibido con gran alegría.
Mientras la banda empezaba a recoger sus instrumentos, Mike recogía el carrito de bebidas que Meryl les había llevado antes. Ella se había cruzado la mirada con Mike cuando este regresaba a la barra y le hizo señas para decirle que ella se quedaba donde estaba de momento.
Mike inmediatamente sumó dos y dos y se dio cuenta que su esposa estaba de nuevo intentando llevar el mundo sobre los hombros, y en broma dirigió una mirada al cielo.
Meryl le hizo burla con la lengua en respuesta, lo que hizo que el empezara a reírse por lo bajini mientras llegaba a la barra.
Meryl puso de nuevo su atención en el viejo que tenía a su lado.
El había logrado secarse las lagrimas, pero el esfuerzo le había dejado los ojos rojos e hinchados.
El se puso la mano en la boca como para aclararse la garganta.
“Beba un trago”, Meryl le animó a hacer, señalando con la cabeza a la cerveza que ella le acababa de traer.
El viejo le dio las gracias y se llevó el vaso a la boca, dándole varios tragos.
Después de volver a dejar el vaso en la mesa, continuó secándose las lagrimas con la servilleta.
Mientras le observaba, a Meryl le parecía que iba a romper a llorar otra vez de un momento a otro.
“¿Tiene alguna cosa que me quiera contar?” preguntó ella suavemente. “Ya sabe, no es bueno guardárselo todo para uno mismo”.
El viejo miró al frente durante unos instantes, en dirección a la banda, que ahora se encontraba sentada en una mesa delante del escenario disfrutando de sus bebidas.
Después de unos momentos en silencio, el viejo contestó. “Es esa canción”.
A ella le llevó un momento caer a que se refería.
Finalmente, Meryl pensaba que ya lo entendía. “Oh, ya lo entiendo, ¿esa canción le trae recuerdos, de su niñez quizás?, ella le preguntó, satisfecha consigo misma por lograr que el viejo le siguiera la conversación.
Para su sorpresa el viejo su puso en pie de un salto faltándole poco para mandar el vaso de cerveza volando por los aires.
“Tengo que irme” dijo el, tenía la voz rota como si el esfuerzo fuera demasiado para el.
Meryl también se puso en pie al lado suya.
Ella se dio cuanta de que el viejo estaba bastante alterado, y no pudo evitar pensar que era culpa suya, aunque no había sabido poner el dedo en la yaga.
Meryl observó al viejo tocarse los bolsillos para asegurarse de que no se había dejado ninguna de sus pertenencias antes de marcharse.
Aunque estaba de espaldas a ella, Meryl pudo ver como el se frotaba los ojos, sospechando que estaba llorando otra vez.
Como Meryl estaba bloqueando la salida por un lado y el viejo intentó salir por el espacio que había entre la mesa y la pared, pero este era demasiado pequeño y el solo consiguió golpearse la pierna contra el pico de la mesa.
Su fallido intento por escapar solo hizo que el viejo se pusiera mas nervioso, y cuando dio la vuelta para marcharse la frustración le hizo que se le saltaran las lagrimas cayéndole por las mejillas.
Aunque Meryl podía oír la voz de Mike en su cabeza diciéndole que no se metiera, ella decidió que no podía permitir que el viejo se marchara en ese estado. Sobre todo, ella no quería sentirse responsable de que el se fuera del pub en ese estado y tuviera un accidente de regreso a su casa resbalando en el hielo.
Armándose de valor, Meryl puso una mano tranquilizadora en el hombro del viejo y le dedico una sonrisa tranquilizadora. “¿Le importa decirme su nombre?”.
Obviamente la pregunta cogió al hombre por sorpresa, y durante unos instantes el parecía estar visiblemente más calmado.
“Jonathan”, contestó el, tartamudeando ligeramente como tratando de hacer que le salieran las palabras. “Jonathan Ward”.
“Muy bien, Yo soy Meryl Watkings, y ese hombre de detrás de la barra es mi marido Mike”, ella le tendió la mano al viejo, “Y me gustaría darle la bienvenida formalmente a mi pub, disculpándome por no habernos presentado antes”.
Jonathan Ward estrechó la mano de Meryl, casi por instinto, y la apretó suavemente.
A pesar del hecho de que el había intentado marcharse del pub tan pronto como le fuera posible, no podía ser tan maleducado como para rechazar un apretón de manos de la dueña del local.
Ambos se dieron la mano mientras el viejo parecía haberse relajado bastante durante el proceso.
Convencida de que ella había conseguido el efecto deseado, Meryl le indicó a Jonathan que volviera a sentarse.
El pub estaba empezando a vaciarse, y la mayoría de los clientes se acabaron sus bebidas y abandonaron el local, perdiéndose en la fría noche.
Todavía con ciertas dudas Jonathan aceptó la sugerencia de Meryl.
Una vez que ambos se hubieron sentado, Meryl habló. “Lo siento muchísimo si le he molestado Jonathan, le aseguro que no era mi intención.
El viejo sacudió la cabeza, “por favor, no se culpe”, le pidió el. “Como iba usted a saberlo”.
Al mirar por encima de ella, Jonathan vio que los gitanos de la banda de música estaban todavía disfrutando de sus bien merecidas bebidas.
El cambió su atención hacia Meryl. “Es solo por esa canción, ya ve, ¡no la había oído desde hacía casi cincuenta años, y no esperaba volver a oírla en el tiempo que me queda de vida!”.
A Meryl le confundieron las palabras del hombre, y su cara era buena muestra de ello.
Ella se moría por decirle a el hombre que le contara más y se lo explicara, pero se mordió la lengua, consciente de que ya le había alterado los nervios una vez esta noche y ella no quería repetir la experiencia.
Al final, ella no tuvo que preguntarle nada.
El viejo, al ver su cara de desconcierto, junto con la amabilidad que le había mostrado, le dio el coraje suficiente para enfrentarse a algo que le había estado persiguiendo durante toda su vida adulta.
En ese momento, el decidió que ¡ya era hora de deshacerse de sus demonios interiores!
¡De una vez por todas!
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