El castigo por la esperanza - Eric Schumacher
Traducido por Elizabeth Garay
El castigo por la esperanza - Eric Schumacher
Extracto del libro
“La realidad es, ya sabes, la punta del iceberg de la irracionalidad a la que hemos conseguido arrastrarnos durante unos jadeantes instantes, antes de volver a sumergirnos en el mar de lo irreal”. – Terence McKenna
En mi caso, creo que mi idilio con lo verdaderamente extraño comenzó la primera vez que vi “Willy Wonka y la fábrica de chocolate” (la película original, no la versión de Tim Burton). La vi en casa por televisión en los años 70, no mucho después de su estreno en los cines. Probablemente fue en algún día festivo, aunque no recuerdo cuál. En aquellos tiempos, anteriores al cable y al video, películas como “Willy Wonka” y “El mago de Oz” solo se emitían en días festivos. Estoy seguro de que me sentaba demasiado cerca del televisor, cosa que siempre lo hacía en aquella época, con las piernas cruzadas e inmóvil, sin apenas pestañear, hipnotizado por la historia que tenía delante. Empatizaba con Charlie Bucket, que deseaba un billete dorado más que nada en el mundo, y me fascinaba el extraño, enigmático y más que un poco aterrador Willy Wonka en persona. Pero lo que más recuerdo, y lo que más me impactó, es lo que a veces se llama “La escena del túnel del terror”.
Wonka ha invitado a sus huéspedes, los niños y sus padres, a subir a un barco que él llama su Wonkatania. Van a viajar por su río de chocolate a otra parte de su maravillosa fábrica de dulces, pero para llegar allí tienen que atravesar un túnel. El viaje empieza con calma, pero una vez dentro del túnel, las cosas empiezan a ponerse raras, realmente raras. El barco empieza a viajar a velocidades de locura a través de un caleidoscópico paisaje de pesadilla de colores que cambian rápidamente e imágenes perturbadoras (incluyendo lo que parecen imágenes reales de un pollo al que le cortan la cabeza). Mientras la Wonkatania navega por este túnel de horrores, Wonka empieza a cantar una canción sin sentido, con el rostro inexpresivo y la voz de un loco sereno. Hacia el final de la canción, empieza a gritar la letra, sonando aterrorizado y a punto de perder los pocos restos de cordura que le quedan.
Y entonces, sin más, se acaba. Wonka y sus invitados han llegado a su destino, aunque el viaje les ha dejado emocionalmente conmocionados.
Esa escena me dejó alucinado. Yo ya era aficionado al terror y conocía bien los diversos elementos de las películas que me encantaban: monstruos, fantasmas, cementerios, lunas llenas, científicos locos, casas encantadas… La escena del túnel del terror no tenía ninguno de estos elementos, y sin embargo fue, con diferencia, lo más inquietante que había experimentado nunca. Durante varios minutos, mi cabeza se llenó de caos y locura, y me encantó cada segundo. Con el paso de los años, me fui inclinando cada vez más hacia el terror pesadillesco, surrealista y existencial, y finalmente ese fue el territorio en el que planté mi propia bandera como escritor.
Así que estoy seguro de que no sorprenderá que me encante "El castigo por esperanza", de Erik Hofstatter. Al igual que la "Escena del Túnel del Terror de Willy Wonka", esta historia llega al núcleo de lo que constituye el mejor terror. En ambos subyace la sensación de que el universo no es ordenado ni benigno, sino caótico y malicioso: incognoscible, incontrolable, impredecible y, sobre todo, peligroso. En las típicas historias de terror, los personajes se ven amenazados por la violencia, las heridas y, en última instancia, la muerte. Pero las heridas mentales, emocionales y espirituales que sufren los personajes pueden ser mucho peores que el mero dolor físico. Eso es lo que hace tan eficaz la escena del túnel del terror, y es el ADN temático de "El castigo por la esperanza". Y las imágenes grotescas que se invocan en cada una de ellas son a la vez maravillosamente repulsivas y extrañamente bellas. Sin embargo, la historia de Erik no está pensada para niños, y aunque las aguas en las que nada su héroe son oscuras, condenadamente oscuras, seguro que no son de chocolate. "El castigo por la esperanza" es un sueño erótico y salpicado de una historia tan desorientadora para el lector como para el pobre bastardo atrapado entre sus páginas. Esta mierda es lo mío, y si estás leyendo estas palabras, supongo que lo tuyo también.
Así que, si estás preparado, o incluso si no lo estás, coge mi mano y deja que te ayude a subir a bordo. Tu capitán se llama Erik, y te va a llevar en un viaje que nunca olvidarás…
No importa cuánto lo intentes.
El infierno es los ojos de un amante perdido
Su rostro era un espejo roto de olas teñidas de óxido. Nim nadaba a través de sus ojos y su boca, respirando gotas furiosas. Ella le siseaba con cada caricia. El sabor cobrizo de la menstruación empapaba su lengua. Se detuvo y miró por encima de su hombro lleno de cicatrices, rebotando como una boya varada. Esta era su vida. Su penitencia. Nadar y cargar. Conocía la distancia de memoria. Una caja deslustrada flotaba en una red de marinero atada a su cintura. Ningún otro hombre de la isla podría sobrevivir a su ardiente furia. Le dolía el cuerpo. No de agotamiento, sino de deseo de tocarla. El mar olía a piel de himen recién desgarrada. Siguió adelante, con las palmas acuosas abofeteándole con recuerdos pervertidos.
Sirilo se paseaba por el extremo de la orilla mientras los lamentos de las hijas abandonadas cantaban en cavernas lejanas. Nimlesh cerró los ojos llenos de sangre.
Otra noche sin dormir.
La promesa de mañana le infundía esperanza. Volvería a vislumbrarla, aunque solo fuera por un momento. Tropezó y cruzó rocas dentadas decoradas con lenguas ennegrecidas. El gigante medio lagarto observaba, sus reducidos ojos calculaban la paciencia. Su piel cambiaba de tonalidades, del rojo al naranja y de nuevo al negro en el brillante fuego estelar que ardía tras él. Nimlesh desató la red y extrajo su contenido.
«Un día de estos me dirás lo que hay dentro».
Sirilo enseñó sus pequeños dientes y habló en un lenguaje humano.
«¿Acaso importa? Recoger estas latas es la única forma que tienes de verla».
Nimlesh se mordió el labio. Aún le sabía a tsunami menstrual.
«¿Y si quisiera hablar con ella?».
«Imposible. Ella tira, tú buscas. Siempre ha sido así».
Su corazón tamborileó a un ritmo acelerado en señal de protesta, pero Sirilo tenía razón.
Yo nado y recojo. Nada más. Pero tus ojos. Brillan como estrellas mojadas.
«Quédate detrás de la línea y concéntrate en tu tarea. Duerme un poco».
Nimlesh masticó palabras condimentadas con vejación y resentimiento. Cogió su red vacía y se dirigió a la tumba del marino desconocido donde ardía el fuego eterno. Las llamas narraban una historia si él escuchaba con suficiente atención. Pero no esta noche. La figura solitaria del barco en duelo consumía todos sus pensamientos.
Era bajita, pero feroz. El viento agitaba su pelo como velas rojas.
¿Y si la línea de albatros es su farol?
Lo único que ansiaba era poder hablar con ella. De recordarle lo que sentía.
Tal vez si gritara, los señores del viento entregarían mis palabras. Pero, ¿responderías?
Nimlesh pensaba en sus ojos, una prisión de color aguamarina para su corazón.
Tú eres mi condena y yo la tuya.
El agotador trabajo oceánico le tensaba los hombros y se agitaba en el interior de una estructura construida con huesos de ballena. Las hijas de madres promiscuas seguían cantando un coro agonizante en las cavernas de arriba. Sus voces no transportaban palabras, solo melodías, dirigidas por almas astilladas. Sus lágrimas se estrellaban y resonaban en el suelo frío como el cristal. El cielo era un hematoma moribundo. No había relojes, solo momentos que pasaban. Deseó que la mano del sueño le arrancara de estas aguas extrañas.
***
La meseta brillaba como escamas de carpas asesinadas. Las viejas colas de Sirilo formaban una torre de desayuno cerca del implacable mar. Nim asó y masticó una rebanada. El sabor era un amigo perdido. Se alimentaba para sobrevivir. La vida de marinero le marcaba un destino cruel.
Somos lo que somos.
La esperanza caminaba de su mano. Llevaba el rostro de la eternidad y aquietaba su mente. Una niebla de ojos huérfanos velados nublaba su visión. La carne carbonizada crujió y ennegreció sus dientes. La tentación le invitaba a lamer llamas.
Ese don pertenece a Sirilo.
Recuerdos de besos robados le cortaron como esquirlas de juicio. La tumba.
¿Las cenizas de quién…?
El barco doliente se burlaba del alma del horizonte. Una red marinera colgaba de un hueso saliente. Nimlesh se ató una cuerda deshilachada a la cintura, un ritual de costumbre. Se paró en el extremo de la orilla, con el agua abrasadora comiéndole los dedos de los pies, pero no sintió nada. Lágrimas negras pintaron sus mejillas cuando llovieron del cielo gónadas de violadores castrados. El mar esperaba. Sus dedos modificaban las olas y acariciaban su rostro lloroso.
Nim nadaba cada vez más cerca de su rehén de corazón a bordo de la fragata.
¿Quizá no me reconoces?
Sirilo era pastor de muchos.
El fracaso no es una opción. Debo cruzar la línea. Solo esta vez.
Echaba de menos la voz de champán que fluía de su boca, donde una lengua colosal se escondía tras muros de dientes lustrosos, a veces asomando suavemente al hablar. Palabras emborronadas con un dulce ceceo.
Dios mío. Me duele por ti.
El marino retrocedió una milla náutica. Una nube en forma de tampón le siguió, empapando su mente de recuerdos carmesíes. Recordó cuando su lengua nadaba dentro de sus ciclos menstruales.
La frontera de los albatros, está cerca.
Más pensamientos de ella se precipitaron. Cómo su rostro escapaba de las palabras burlonas hacia el pequeño mundo oscuro de sus palmas infantiles. Cómo cambiaba su respiración cuando él la tocaba en silencio.
El amor nos ata a simples gestos.
Algo rozó su mano. Nimlesh pisó el agua, los pies hastiados pero los ojos alerta. Una línea blanca de cuellos de albatros trenzados brillaba allá. Lanzó jirones de cuerda desde el alcázar. En el corazón del nudo había una caja antigua.
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