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Testi

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En ausencia - Laura Diaz De Arce

En ausencia - Laura Diaz De Arce

Traducido por Milena Bernachea

En ausencia - Laura Diaz De Arce

Extracto del libro

El océano nunca es tan calmo como parece. Aunque las olas sean rítmicas y el cielo esté claro, hay siempre algo acechando debajo. Cuando la superficie está caliente, el sol en su cenit y las tormentas de la tarde preparan su llegada, el océano deja que la luz se filtre hacia abajo. En esas condiciones, las criaturas de abajo pueden ver cerca de lo alto. Raya Roja podía ver hasta el cielo con su buena vista, aunque a veces confundía las enormes nubes con los largos barcos que cruzaban el agua.

            En el suelo, su pequeño ojo podía ver el movimiento de otras criaturas. Ninguna era tan grande o poderosa como él. Aunque se comió a muchas de ellas, descubrió que tenía cierto cariño por esas criaturas inferiores. Como el más grande y poderoso de la fauna marina, se sentía obligado a ser su protector. Cuando los grandes barcos arrastraban sus redes, cuando salían a cazar en sus dominios, él atacaba a las criaturas de la superficie hasta que huían o los convertía en alimento. Solían defenderse, pinchándolo como lo hacían las pequeñas criaturas del fondo a las que les molestaba su presencia, pero nadie podía combatir brazos como los suyos, que se enroscaban y movían tan imponentemente como las olas.

Un día en el que la vista era muy clara, Raya Roja vio la sombra de algo moviéndose lentamente por el suelo. Apuntó su ojo grande hacia arriba y vio un pequeño bote que se mantenía en su sitio por las aguas calmas. Los pequeños botes de las criaturas de la superficie no eran algo por lo que molestarse, ya que recogían pequeños peces en la superficie y pronto se iban. Solo cuando esos botes eran seguidos por uno más grande, se alarmaba. Sintió un cambio en el agua. Se olía un aroma como de sangre, y por encima de él, las criaturas con dientes hacían ronda alrededor de la sombra, sus cuerpos lustrosos como algas en la corriente.

Raya Roja no pudo evitar sentir curiosidad y ganas de saber si había un bote más grande en las inmediaciones. Con un solo empujón, se lanzó hacia arriba, hacia donde el agua era más cálida y clara. Se quedó mirando mientras el bote se agitaba un poco, y luego una criatura de la superficie se asomó a la borda. Raya Roja tuvo que detenerse y flotar, ya que nunca había sentido tanta curiosidad como ahora. Había visto muchas criaturas de la superficie. Se movían con miembros como los suyos, aunque de una manera extraña y con una agilidad notablemente menor. Las criaturas de la superficie carecían de la fina gracia que concedía tener diez extremidades. Esta criatura parecía diferente; su extraña apariencia le intrigaba.

Maggie miró a la distancia con los ojos entrecerrados, tratando de protegerse de la implacable luz del sol con su mano bronceada. Supuso que el agua estaba clara, pero el resplandor hacía que fuera muy difícil ver abajo. Sabía que la distancia a la que llegaba ver no era más que agua por todos los lados. Tras dos días a la deriva, Maggie se dio cuenta de que el océano era mucho más vasto de lo que había imaginado. Los mapas y las películas nunca le habían hecho justicia. Y debajo de ella, era mucho más vasto e inquietante. Sentía mucho respeto por los tiburones, y sabía que la herida en su cabeza, que se reabría continuamente y sangraba sobre la borda cuando iba a vomitar, debía ser una tentación para ellos. Entre las horas en las que se moría de hambre y descansaba bajo el lienzo liviano del bote salvavidas, tenía que hacer algo para distraerse del dolor de sus heridas y el aburrimiento constante. Hizo de cuenta que estaba evaluando su vista estando alerta. Se había golpeado gravemente la frente en el accidente de bote, y la herida resultante había inflamado su ojo izquierdo hasta cerrarlo. Afortunadamente, el pequeño espacio en el que se manejaba actualmente no requería de mucha percepción de profundidad.

El sol estaba en lo alto, el viento calmo, y no parecía haber más movimiento que el vaivén constante de las olas. Maggie miró hacia abajo, y con su vista borrosa, podría haber jurado que vio una sombra increíblemente enorme. Algo del tamaño de un buque de carga. Rogó que fuera una ballena grande y amigable que estaba de paso mientras espiaba desde un costado.

Raya Roja trató de entender por qué estaba paralizado debajo de la criatura de la superficie. Era una cosa extraña, de la mitad del tamaño de su pico o de su «mano» más pequeña. Al igual que él, la criatura tenía un ojo grande y otro pequeño. Los largos folículos de sus aletas eran de un color brillante, al igual que los pequeños peces payaso que nadan en los arrecifes. La criatura tenía una mancha roja, casi tan roja como su propia raya roja. Su cuerpo cambió de color para que coincidiera con ella, y no quería golpear a la cosa y llevar su bote a las profundidades. En cambio, quería nadar y girar, y luego dejar que uno de sus brazos envolviera a la criatura de la superficie. Nunca había considerado cómo se sentían las criaturas de la superficie. Desde luego, había arrojado muchas y otras las había comido. Solían tener un sabor asqueroso. Nunca se había tomado el tiempo de examinar una antes de dejar que se lo devoraran las criaturas de los dientes o meterlas en su propio pico. ¿Serían sus escamas como las de las criaturas marinas más pequeñas? ¿Se sentiría como la piel de las criaturas saltarinas, las que brincaban y retozaban en la superficie?

Nadó más cerca.

Maggie se lamentaba muchas cosas. Lamentaba no haberse reconciliado con su amiga Sara antes de la boda de ella. Lamentaba haber estudiado economía en vez de seguir su pasión por la música. Incluso en la soledad de su situación, seguía haciendo melodías de los sonidos marinos que le hubiera encantado tocar en su piano. Sin duda, lo que más se lamentaba era haber reservado la excursión en el hotel. En especial porque se había desviado de su curso en una tormenta de verano y golpeó algo, lo que hizo que se llenara de agua. Que también ocasionó una pelea para llegar a los dos botes salvavidas que habían terminado en lados opuestos por la tormenta. Lamentaba haber tomado el kit de supervivencia equivocado. Uno que tenía botellas de agua que goteaban y estaban secas, lo que significaba que el agua se le había acabado el día anterior, y las barras proteicas enmohecidas, que comió una por una de todos modos.

Cuando pasó el miedo, la culpa, el pánico y la ira iniciales, Maggie sintió una especie de calma nihilista. No había visto ni otro bote, ni un avión, ni siquiera un pájaro en más de 24 horas. Moriría aquí. Si llovía, probablemente moriría de inanición. Si no llovía, entonces de deshidratación. No ayudaba que no había una nube en el cielo ni aquí ni en la distancia. También existía la posibilidad de que un tiburón gigante como el de la película Tiburón la partiera por la mitad. Y allí estaba, sin un tanque de oxígeno ni un arpón para defenderse.

Lo que no predijo fue que moriría en las garras de la enorme criatura debajo de ella.

La sombra de Raya Roja acechaba. Maggie retrocedió en la balsa. Todavía tenía la esperanza de que lo que estaba debajo de ella fuera una ballena amigable que subía a tomar aire. El agua se hinchó y la balsa dio un empujón hacia atrás mientras la cabeza de un enorme calamar amarillo salía del agua.

La criatura marina era enorme, parecía salida de una película de ciencia ficción, con un enorme ojo amarillo en el que podría haber caminado directamente. Tenía una raya roja en el centro de la frente del tamaño de una vereda. Maggie pasó del pánico a un tipo de shock que oculta una cierta aceptación de lo inevitable. «Ah, así que así voy a morir», pensó. A pesar del permanente terror a este gigante casi mítico, una parte de ella reconoció que era muy hermoso, la bestia de color del sol irguiéndose fuera del agua, el mar apartándose para revelar este vibrante dios dorado de los océanos.

La superficie era seca y brillante, y lastimó el ojo de Raya Roja. Se obligó a quedarse y mirar a la pequeña criatura con los ojos desiguales. Se protegía con una extremidad levantada hacia él, como las criaturas de caparazón duro del fondo. Esta era la primera vez que se molestaba en mirar a una de cerca. «Qué tipo de escama tan extraña. Qué aletas tan interesantes. ¿Cómo nada aquí, donde el agua es tan ligera?»

Raya Roja levantó tímidamente una extremidad y la acercó para tocarla. La criatura emitió un sonido como el de esos peces deslizantes de ambas aguas. No se parecía a los peces que danzaban y saltaban en la superficie. Esta criatura no lo miraba. Mantuvo su extremidad quieta justo arriba de ella.

Maggie gritó. Fue instintivo e incoherente. El calamar gigante no la aplastó con su descomunal brazo. Lo levantó, y tiró agua del mar en la balsa, pero estaba quieto mientras el océano se movía a su alrededor. Después de haber lanzado su último grito, miró el tentáculo amarillo brillante y las ventosas que pulsaban lentamente. Miró el ojo gigante y parpadeó con calma. Parecía estar esperando. A Maggie se le pasó por su cabeza delirante que esa cosa quería que ella lo tocara. Claramente, si quería matarla o comérsela, ya lo hubiera hecho. En cambio, se acercó como si ella fuera un gato difícil, y simplemente le estaba ofreciendo su mano para que ella lo olfateara. Levantó la mano y la apoyó cautelosamente sobre el tentáculo.

El tentáculo se flexionó debajo de su palma, y ella observó cómo cambiaba en un instante de color amarillo brillante al marrón bronceado para coincidir con su piel.

—¿Hola? —dijo ella.

La pequeña criatura estaba emitiendo sonidos de nuevo. Los ruidos aquí arriba no sonaban igual que en el fondo. Raya Roja pudo sentir la ligera vibración en su extremidad. La pequeña extremidad de la criatura se movió por su brazo suave como la arena al fondo del océano. No le picó, ni trató de pincharle ni lastimarle.

A Raya Roja se le ocurrió que tal vez una criatura así no estaba hecha para cazar o buscar comida. No tenía la gracia de las criaturas de las aguas del fondo. Con movimientos tan lentos y tiesos, era un milagro que pudiera alimentarse siquiera. En el escaso medio de la superficie, nada menos. Algo tan pequeño y lamentable con tan pocas extremidades tenía que ser alimentado. Se zambulló un poco, tomó algunas de las criaturas cerca de la superficie y las colocó en el bote.

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