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Historias de Hookwood - Michael N. Wilton

Historias de Hookwood - Michael N. Wilton

Traducido por Ainhoa Muñoz

Historias de Hookwood - Michael N. Wilton

Extracto del libro

-Me pregunto, ¿qué está pasando?-chilló Startup, el joven conejo incontrolable expresando los pensamientos de todos los animales que se acercaban para ver qué sucedía. Algo estaba ocurriendo en la cabaña de roble y pronto las noticias volaron por todo Hookwood.

Una furgoneta grande se abría paso hacia la cabaña solitaria, y su avance inseguro era difundido por los árboles del recorrido. Esta se detuvo al fin a los pies de unos viejos escalones de piedra tallados en un banco que había a un lado del camino, y salieron varios hombres y un muchacho que señalaron el cartel y la cabaña de arriba.

Al principio había dudas de si habían llegado al lugar correcto, porque se trataba de una graciosa casa de campo vieja y destartalada situada muy por encima del camino arenoso en medio de las tierras de cultivo circundantes, a un kilómetro y medio de Tanfield, el pueblo más cercano.

Aquella cabaña estuvo vacía durante tanto tiempo que muchos de los animales habían llegado a considerarla suya. De hecho, los gorriones y los estorninos habían estado anidando bajo las tejas rotas del techo durante muchos años, y Squire Nabbit, la ardilla pícara, había estado almacenando allí sus nueces desde que tenía memoria. Todo aquello era bastante inquietante, y algunos de los animales más mayores del lugar parecían un poco preocupados.

-Os diré lo que significa esto-dijo con voz ronca Grumps, el búho tuerto, haciendo que todos saltaran-Son humanos, ¡mirad!-señaló con la garra, casi perdiendo el equilibrio sobre la rama mientras lo hacía.

Uno de los conejitos soltó una risita, pero los demás le hicieron callar y estiraron el cuello con expectación. De repente, se escuchó una cháchara que procedía del camino. Las puertas del coche se cerraron de golpe y una joven pareja subió corriendo por los escalones, adelantando apresuradamente a los hombres de la mudanza para llegar a su primer nuevo hogar juntos. El estado descuidado de la cabaña no parecía preocuparles. Charlaban con entusiasmo, asumiendo felizmente la condición de la cabaña y el jardín descuidado, y los hombres con chaleco apreciaron parte de su estado de ánimo y se pusieron manos a la obra, intercambiando algunas bromas amistosas.

-A mí ellos me parecen bien-espetó Startup, y algunos de los demás conejos estaban de acuerdo con él en secreto, pero no les gustaba ofender a Grumps.

-¿Dónde está tu educación, cariño?-murmuró su madre, Dora. Su padre resopló y le hizo un gesto para mostrarle quién era el jefe.

Se produjo un jaleo brusco en lo alto de los escalones. El joven chico de la mudanza estaba luchando contra una cesta de mimbre, y sin previo aviso una pata atravesó la tapa y le arañó la cara, haciéndole soltar la cesta con un grito.

-Oh, cielos-dijo Dora débilmente-Creo que es hora de que me vaya a casa y prepare la cena. Vamos, Startup, ya tendrías que estar en la cama.

-Pero esto está empezando a ponerse interesante-protestó su hijo-Déjame quedarme con papá, solo un minuto.

-Entonces pregúntale a tu padre-dijo Dora nerviosa, mirando por encima de la hierba alta.

Después de transmitirle el mensaje, Startup volvió hacia su madre-Papá dice que te pregunte. ¿Puedo, por favor?-dijo.

El conejo estaba hablando solo, porque Dora ya se estaba alejando por la ribera tan rápido como sus temblorosas patas la llevaban. Su marido, Ben, podría no tener miedo a los gatos, pero ella sí, y no pensaba esperar más para saber qué pasaría. Este resultó ser un gran gato naranja que saltó de la cesta, de esos que no soportan las tonterías. Se movió rígidamente arriba y abajo durante un rato, interponiéndose en el camino de todo el mundo, y casi provoca que los hombres de la mudanza se tropezasen mientras subían los escalones con los bártulos. Entonces uno de los hombres fue a buscar al nuevo dueño de la casa, que sentó al gato en una caja improvisada y le dijo, con voz muy seria, que no se moviese. El gato simplemente parpadeó con desdén, sacudió su alborotado pelaje y comenzó a lamer su frente de vez en cuando, mientras echaba una mirada somnolienta pero vigilante sobre el lugar.

Ver al gato esperando en la puerta parecía alarmar al joven, y cada vez que llegaba con un bulto lo dejaba apresuradamente y salía disparado, temiendo que el animal le arañase. Pronto empezó a acumularse una colección extraña de muebles y cajas. Al final había tantas cosas que cuando el joven propietario apareció desde el piso de arriba se dio cuenta de que apenas podía salir, y el siguiente trabajador de la mudanza que iba detrás se encontró el paso bloqueado. Fue un buen lío.

Startup dio un codazo a su padre y señaló con alegría, pero Ben le hizo callar y sacó su pipa. Eso estaba empezando a ponerse interesante y no quería perderse nada.

Pronto, dos hombres más de la mudanza que retrocedían con un sofa tropezaron con el obstáculo y se detuvieron repentinamente. Después de muchas vacilaciones, dieron la orden de no traer más cosas. Pero para entonces, los hombres ya estaban dando golpes similares a los que provocan una multitud de trenes de mercancías que retroceden hacia una vía muerta.

Había que hacer algo. El encargado de la mudanza se rascó la cabeza y miró a su alrededor esperando órdenes. Pero fue el gato quien sin saberlo le dio la respuesta. Aburrido de todo aquello, saltó por encima de sus cabezas en dirección al porche, paseó por la parte baja del tejado que estaba cerca y desapareció por la ventana abierta.

Finalmente, logrando salir por la puerta, el joven dueño observó al gato y le este le dio una idea. Hizo señales con el brazo a los hombres de la mudanza y señaló la ventana. Al principio estos asintieron, sonriendo educadamente a su vez. Luego, cuando entendieron lo que se les pedía, las sonrisas desaparecieron y buscaron a un voluntario. Como si todos se hubieran puesto de acuerdo, sus ojos se desviaron hacia el muchacho que inmediatamente dejó de reír y trató de salir corriendo. Antes de que pudiese huir lejos, el joven se encontró levantado del suelo en el porche con facilidad por un tipo grande y fuerte, y allí se encogió, con el pie atascado entre dos tablones separados que formaban el techo del porche, suplicando que lo bajasen.

En vez de ayudarle, uno de los hombres levantó una silla y le dijo con una carcajada que se sentase en ella mientras pudiese, porque aún quedaban muchas cosas por traer.

Los hombres de la mudanza formaban un grupo con buen carácter, ansiosos por terminar, y uno de ellos incluso se subió a su lado, con la pierna apoyada en el porche para ayudar a aliviar la carga y levantar las cosas pesadas. Primero fue una mesa y después un armario de cocina, que el muchacho dijo seriamente que nunca podría hacer pasar por ahí en menos de un mes, pero lo hizo, y siguió llevando cosas. Era increíble lo que entraba por esa ventana.

-¿Para qué son esos graciosos trozos de madera?-preguntó Startup bastante confuso, pensando en su propia madriguera estrecha.

-Por el amor de Dios-farfulló su padre con la pipa en la boca sin querer demostrar su ignorancia-Deja de hablar, no puedo oír lo que están diciendo.

-Caramba, ¿entiendes el lenguaje humano?-Startup se quedó muy impresionado.

Su padre simplemente tosió dándose importancia.

Después de aquello, Startup intentó escuchar con más respeto aunque aquello todavía carecía de sentido, así que solo miraba por si se perdía algo. No tenía de qué preocuparse, no parecía que ocurriese nada. Todo se había detenido y los hombres se quedaron levantados, arrastrando los pies, esperando para ir a su próximo encargo, mientras trataban de evitar las miradas de reproche de la joven que había bajado para enterarse de lo que pasaba.

-No es culpa nuestra-parecía decir el encargado, moviendo los brazos en señal de disculpa hacia el montón de bultos que había en la puerta-Hicimos la entrega como prometimos y por eso nos pagaron. Le ruego que me disculpe, señora-se tocó el sombrero con torpeza y retrocedió-Su gato se ha ido y ha hecho que lleguemos tarde a otro encargo que tenemos en Packham Hill. Solo hicimos este trabajo como algo especial, supongo que para cuadrar los dos encargos.

Detrás de él, los demás hombres ya captaron la indirecta, corriendo escaleras abajo como los estudiantes que salen pronto.

-¡Oh, por favor, quédense!-rogó la joven, pero estaba hablando sola, y pronto solo se escuchó el ruido de un tubo de escape para recordarles que había pasado alguien más por allí.

La mujer se dio la vuelta y echó un vistazo a los muebles atascados en la puerta. De repente, le pareció que aquello era demasiado y con un gemido se arrojó a los brazos de su marido.   

-¿Qué dice?-susurró Startup.

-Está un poco molesta-respondió su padre de forma algo innecesaria.

-¿Qué está diciendo ahora?-preguntó su hijo tras escuchar otro grito de angustia.

-Creo que dice que no encuentra una tetera...-respondió Ben tras una larga pausa. Después añadió pensativo-¿Para qué querrá eso?

Startup estaba desconcertado. Eso era lo mismo que se preguntaba él.

-¿Hay algo que podamos hacer?-arrugó la nariz.

-¿Hacer?-repitió su padre de mal humor-No hacemos nada. No se ayuda a los humanos; te mantienes lejos de ellos-explicó de forma brusca-Los humanos no son como nosotros-dijo golpeando el suelo de forma enfática con las patas traseras-Son diferentes-y asintió con la cabeza como si así respondiese a todo.

-Oh-dijo Startup sin estar del todo convencido-Quizá le guste la sopa de chirivía. Es algo nutritivo-aquella palabra se la escuchó decir a su madre y parecía importante.

-No-espetó Ben, irritado-Eso es mi cena, y si sigues diciendo esas cosas acabaremos convertidos en pastel de conejo. Ahora cállate, no puedo oír lo que está pasando.

Este resopló furiosamente para concentrarse, pero las voces ahora eran mucho más tranquilas y era difícil escuchar algo. El joven estaba intentando calmar a su esposa, mientras miraba a su alrededor para ver qué se podía hacer. Todo estaba tan caótico que era evidente que no sabía por dónde empezar. Por suerte, se salvó de tomar una decisión inesperada. De repente se escuchó un ruidoso “hola” desde abajo, y apareció una mujer grande y alegre que llevaba un gran cesto. Su llegada tuvo un efecto inmediato. Fue como si un hada hubiese agitado una varita mágica. Al ver el cesto, una sonrisa de alivio sincero iluminó el rostro de la joven y se apresuró a saludar a su amiga, abrazándola y bailando un poco encima de los escalones.

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